En el post anterior, hice un pequeño resumen de las que
se consideran precondiciones de la
democracia, que implican una autolimitación de la comunidad política
soberana. Pero aún hay más. Porque frente a lo que mucha gente cree, la
democracia es compleja y muy exigente. No basta con votar; es más, votar es a
veces, muy poco. Recuérdese que con Franco se votaba, como se vota hoy en Cuba,
y ello nada significa en regímenes totalitarios.
Hoy nos vamos a fijar en otro aspecto de la democracia,
seguramente el que ha merecido mayor atención en nuestros días. Es su aspecto
deliberativo. El acto de votar nada implica por sí mismo, si no va precedido de
un acto colectivo de discusión y reflexión. Fíjense hasta qué punto este
aspecto es importante, que algunos autores afirman incluso, que la verdad moral
se encuentra a través de la deliberación política (Habermas), o bien que cuando
menos, esa discusión colectiva es el método más seguro y plausible para
alcanzarla (Nino). Es lo que llamamos la cualidad epistemológica de la
democracia. Pero no se preocupen, no voy a meterme en estas honduras. Lo que ahora nos interesa es otra cosa.
Si la democracia tiene alguna preeminencia sobre cualquier
otro sistema de organización política, es porque considera a los individuos
sujetos soberanos, portadores de igual dignidad que el resto. Y porque en su
vertiente deliberativa, exige como presupuesto de la discusión pública ciertas
condiciones de posibilidad. Para que la deliberación pueda tenerse por tal, los
individuos deben reconocerse mutua capacidad y dignidad, y discutir de manera
racional, esto es, con un conocimiento suficiente de los hechos, formulando
proposiciones lingüísticas inteligibles, que se correspondan con la realidad, y
que no induzcan a error o confusión en su formulación. No olviden que una
discusión del tipo indicado, debe realizarse, como explicamos en el anterior
post, en un ámbito de reconocimiento de derechos y libertades, incluida la
libertad de información.
Ahora comparen esto que acabo de describir de manera tan
resumida, con la actual situación en Cataluña. Se desconocen los condicionantes
legales y constitucionales. Se niega la condición de interlocutor válido a
quién no asume al pensamiento pretendidamente mayoritario, que es el que
dispensa pedigrí de catalanidad. Se ha generado una apariencia paralela, en la
que se ha mentido de manera sistemática sobre datos esenciales para que
cualquier ciudadano responsable forme opinión; desde la historia, hasta las
balanzas fiscales, pasando por la
regulación internacional en ciertas materias, o la posición de la UE sobre
otras, contribuyendo con ello a generar animadversión a todo lo español. Algunos
medios de comunicación y grupos organizados en las redes sociales, han
contribuido a extender de manera programada aquellas mentiras. En fin, se ha
intentado sustituir la razón por la mera expresión del número de manifestantes
o de banderas, y aún en los últimos días, hemos asistido a una escalada de
coacciones y acosos que nos han dejado helados.
Debo reconocer que se me han saltado las lágrimas con
algunas escenas, en las que no era reconocible otra cosa, además de las caras
desfiguradas, que el odio. Yo que tantas veces he recitado el elogio a
Barcelona de Cervantes, recordaba mis paseos por la ciudad cuando vivía allí,
buscando libros de mi amado Martí i Pol, o paseando por el barrio gótico, de Santa
María del Pi a la del Mar, y se me caía el alma a los pies, viendo cómo
intentan batasunizar Cataluña, traicionando su esencia más íntima.
En tales condiciones nadie sensato podría sostener que
existe una base sólida o suficiente de diálogo deliberativo y democrático. Hay
que parar, templar, volver a pensar, y asumir algo que puede resultar duro: que
en Cataluña algunos deberán reconocer, antes o después, que se han equivocado.
Quedará entonces por seguir, con honestidad, la pista de quiénes han provocado
tan enorme error, reconocer sus motivos y objetivos, que en muchos casos no han
sido transparentes ni sinceros, y exigirles responder por la grave
responsabilidad que han contraído con la ciudadanía.
No me cabe duda de que en Cataluña hay una inmensa
cantidad de gente sensata que tiene que estar tan atónita e indignada como lo
estamos el resto. Es más, estoy convencida de que mucha de esa gente ha
confiado en las propuestas independentistas, e incluso han participado, porque
creían que era lo mejor, en el simulacro de referéndum. A todos ellos brindamos
nuestro apoyo incondicional el conjunto de los españoles, y en todos ellos
confiamos para recomponer la sociedad catalana, frente así misma y frente al
resto del mundo. No tarden mucho más por favor.